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Con el pretexto del desarrollo, ningún ser humano puede enarbolar un supuesto derecho superior a eliminar especies que jamás volverán a existir.  De persistir en ello, habremos perdido el SAMAI, seremos simple greda.

La partida

La pequeña ciudad del Coca, cuyo nombre proviene del río de la coca, es el corazón de la Amazonía ecuatoriana, puerto acariciado por otro brazo de agua, el Payamino y protegido por la palma imponente del Río Napo, (gran Doroboro), en lengua waorani.  En el Napo empieza o termina el Parque Yasuní.  Desde aquí hasta el Curaray, en la profundidad de la selva, suspiran aún, ancestrales culturas: Waorani, Shuar, Kicwas, cual pilares de otra civilización que sostiene el cielo y la tierra sin mal (Mushuk Pacha).

Justo al amanecer, cuando el rojo cielo acaricia el filo vegetal del bosque, el deslizador arranca por el Napo, marcando las huellas del reino de las máquinas.  En cinco horas, su cauce nos llevará a Nuevo Rocafuerte, el fin de una Patria, el comienzo de otra.  Aquí, iniciará una experiencia inolvidable, un hermoso encuentro con el último paraíso de las especies, acompañados de la música de los paujiles y del misterioso concierto de huída de los últimos guerreros de la selva: los Tagaeri y Taromenane.

El padre Napo dicen los Kicwas fertiliza a la madre tierra para asegurar la abundancia.  Ancho y rico en nutrientes que recibe de sus tributarios andinos, es el principal afluente del gran río de las amazonas, es el nido cultural, económico y de vida de los naporunas.  En el recorrido, sus riberas dejan ver mixturas de resistencia y acecho: frías torres petroleras se codean con cálidas, aunque frágiles, chacras kicwas, donde la chonta se hace chicha y la yuca con el paiche salvan el hambre del día.

Como nubes diminutas en sus aguas inmensas, se divisan canoas y balsas de empobrecidos campesinos e indígenas, que navegan horas de horas, para llegar al Coca o a Nuevo Rocafuerte, ya sea a bautizar a sus hijos, cobrar el bono solidario, curar sus heridas o simplemente aprender el abecedario en la escuela de los capuchinos.  Los rápidos deslizadores y barcazas de los petroleros, comerciantes o turistas, con su indiferencia veloz pueden hundir el viaje de los parias del río.  Así es ahora, cómo será cuando el eje multimodal Manta-Manaos, pueble el río de motores, se preguntan los naporunas.

Hemos dejado atrás el Bloque 16 de Repsol, la entrada al conflictivo bloque 31 que dejó Petrobrás, el puerto de Providencia donde sueñan en prósperos negocios, algunos brasileros.  Dejamos de reojo el recuperado bloque 15, las señales del ITT y de pronto aparece Nuevo Rocafuerte.  Allí, muy cerca, los ríos Aguarico y Yasuní, se entregan al Napo.  En esa esquina donde el tricolor se mira con el blanco y rojo, está la puerta de entrada al paraíso.

Más allá, Cabo Pantoja es ya Perú, puerto bautizado así por la cítrica y magistral novela de Mario Vargas Llosa, Pantaleón y las Visitadoras.  Aquí los ojos y las manos no tienen ciudadanía: peruanos y ecuatorianos, Kicwas o mestizos, tejieron su tercera patria, la supervivencia.  Como cuenta el Padre Manuel Amunarris, Capuchino de Rocafuerte, las orillas del Napo están pobladas por los mismos apellidos: Grefas, Tanguilas.

El SAMAI de la vida

Las voces milenarias conjugan saberes, leyendas y creencias, como aquella de que Dios, a través de soplo: ju, ju, dotó al ser humano y a las cosas más importantes del cosmos, con el SAMAI, la potencia vital, el alma.  Así el hombre emerge con la palabra y la canción: es gente.  Las leyendas del Napo cuentan que “El sol estaba ya muy anciano y dijo: no puedo permanecer mas sin nadie con quien hablar, quiero hacer hombres.  Nuestro papá de greda hizo a los runas.  De aquel tiempo hasta ahora nos hemos multiplicado”.  (Muerte y vida en el río Napo – J.  L Palacio).

Otros relatos dicen que al principio la tierra era muy chica, huérfana de vegetación.  Ahí vivía Huenki y dos mujeres, que se bañaban en el río.  “… un día vieron en las aguas algo blanco parecido a un huevo (curats tsiapefu: huevo de Dios).  Mientras dormían se reventó y oyeron llorar a un niño (Ñañe, luna).  La tierra crecía al compás del crecimiento del niño, poco a poco se cubría de vegetación, animales, aves y finalmente salieron los Secoyas, tan numerosos como hormigas.  Angoteros, Piojés, Cotos…”.  Nacieron las culturas de la selva.  (J.L.  Palacio).

La cuenca amazónica

La Amazonía, bautizada así por el mito de las amazonas, mujeres hermosas, consideradas las más fuertes y feroces, tiene 7 millones de km2 de extensión, la cuenca más grande de la tierra.  El principal sistema hídrico es el río Amazonas, con 6 mil 762 km, considerado el más largo del planeta, con casi un millar de ríos tributarios.  También es el más caudaloso del mundo y descarga 220 mil metros cúbicos por segundo, el 16% del agua dulce vertida a los océanos.  La Amazonía contiene casi el 20% del agua dulce del planeta.

Ocho países conforman la cuenca amazónica: Bolivia, Brasil, Ecuador, Colombia, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela.  Brasil tiene jurisdicción sobre el 67.79% de la cuenca, el restante 32,21% se reparte entre los demás.  Ecuador tiene apenas el 7%, pero el 51% de su territorio es amazónico.

El bosque maduro tiene un balance casi perfecto entre la producción de oxígeno y la fijación de CO2.  Durante el día el bosque fija por fotosíntesis un promedio de 2.8 Kg de carbono, hectárea, por hora.  Mientras la respiración de los árboles se estima en cerca de 1.0 kg de carbono, hectárea por hora (Wosfsy 1998).

En 1492, América tenía 2 mil pueblos indígenas y su población sobrepasaba los 70 millones de habitantes.  Cinco siglos después “apenas sobreviven 400 grupos étnicos”, con una población de 2.3 millones, aproximadamente.  Solo el siglo 20 “desaparecieron más de 90 etnias”.  Un pedazo de humanidad diezmada por el sarampión, la gripe, el caucho, la pobreza, los trabajos forzados, el genocidio, la indiferencia.  (Amazonía sin mitos).

La Amazonía ha estado llena de mitos y fantasías, creadas en su mayoría por intereses de afuera.  Por ejemplo, el mito de la riqueza alentó su ocupación en busca del dorado, la tierra de la canela.

Detrás de los mitos llegaron los cohuori (extraños, según los waorani): misioneros, conquistadores, caucheros, petroleros, madereros, colonos, civilizadores, a hacerles mover los pies a los ancestrales dueños de la selva, porque bajo sus pies dormía el “estiércol del diablo”, el petróleo.  Así los condenaron a la eterna huída hacia el fin de su universo, convertidos la mayoría en “fantasmas errantes”.

El Parque Nacional Yasuní

El Parque Nacional Yasuní, tiene una extensión de 9.820 km 2, es relativamente pequeño comparado con la extensión del bosque de la cuenca amazónica, que es de 6,683.926 Km 2.  Fue denominado por la UNESCO en 1989 como reserva de Biósfera.  Conserva uno de los territorios contiguos más largos del bosque tropical amazónico, una región certificada como una de las 24 áreas prioritarias del paisaje silvestre mundial. Uno de los sitios más hermosos del planeta, desconocido por casi todos los ecuatorianos.

Del total de la cuenca amazónica, tan solo el 8.3% es área protegida.  El Yasuní es de fundamental importancia para la conservación global, debido a que es una de las pocas “áreas protegidas estrictas” (Parques Nacionales de IUCN Categoría II) en la región de la Amazonía Occidental, además ha sido declarado por la WWF como una de las 200 ecoregiones prioritarias más importantes para proteger en el mundo y la Wildlife Conservation Society (WCS) escogió al Yasuní para su eminente Programa de los Paisajes Vivientes.

Esta maravilla de la naturaleza se encuentra en el llamado Refugio del Pleistoceno Napo, desde hace 1.64 millones de años, un espacio de vida formado durante los cambios climáticos del período cuaternario.  En el que hubo una alteración entre climas secos y húmedos, donde las selvas amazónicas crecían o se encogían.

En los períodos secos, se formaron islas de vegetación que sirvieron de refugio de especies de flora y fauna, y que constituyeron centros de formación de nuevas especies.  Una de estas islas estuvo ubicada en la Amazonía Ecuatoriana, en lo que ha sido declarado Parque Nacional Yasuní.

Biodiversidad

En el Yasuní podemos evidenciar altos niveles de biodiversidad entre varios grupos taxonómicos.  Se han documentado un alto número de especies: árboles, arbustos, plantas epifitas, anfibios, peces de agua dulce, aves, murciélagos e insectos.

Plantas.  El Parque protege una de las más diversas comunidades de árboles en el mundo, con al menos 1.813 tipos de árboles y especies de arbustos clasificados y 300 especies todavía no clasificadas.  La parte sur conocida como Zona Intangible, contendría más de 160 de estas especies adicionales.  En total se registran 2.274 de este tipo.

En una sola hectárea del Yasuní, hay 644 especies de árboles.  La magnitud de la diversidad del área se revela al hacer comparaciones: la parcela Panameña solo tiene 168 especies por hectárea, y la parcela de la Reserva del Bosque Pasoh en Malasia peninsular tiene 497 especies por hectárea.  Hay casi tantas especies de árboles y arbustos en una hectárea de la parcela del Proyecto Dinámico Bosque Yasuní como hay árboles nativos en toda América del Norte (estimada con 680 especies).

Existen más de 450 tipos de la especie liana (parras), 313 especies de plantas epifitas vasculares, record mundial de epifitas en los bosques de tierra baja (146 especies en solo 0.1 hectáreas).

Los cedros, los ceibos, la caoba, el ahuano, el guayacán, la chonta, el morete y cientos de plantas y árboles gigantes son los milenarios vigilantes de esta selva verde y profunda, la pachamama de miles de seres vivos.

Aves.- Se han documentado 567 especies, lo que hace de este paraíso uno de los sitios más diversos de aves en el mundo.  Un verdadero santuario para la conservación, protege 44% de las 1.300 especies de aves encontrados en la Amazonía, la región con la mayor diversidad de aves del mundo.  El águila harpía, la lora real, el paujil, el hoatzin, el martín pescador, golondrinas, garzas y cientos de especies de aves, es fácil apreciarlas navegando por los ríos y lagunas del Yasuní.

Mamíferos.  Ecuador es considerado como el noveno país en el mundo en variedad de mamíferos, con al menos 173, el 40% de las especies encontradas en los bosques de la cuenca amazónica, el 90% de los mamíferos de la Amazonía ecuatoriana y el 46% de todas las especies mamíferas del Ecuador.

Primates.- El parque abriga por lo menos diez especies, tornándolo entre los sitios más diversos de primates en el mundo.

Murciélagos.  El Yasuní contiene 81 especies de murciélagos, el 10% de las 986 especies conocidas, lo cual constituye la segunda reserva de marsupiales más grande del planeta, superada solo por la del Bosque Iwokroma en Guyana, que contiene 86 especies.

Anfibios y Reptiles.- Se han registrado 105 especies de anfibios y 83 especies de reptiles, el Parque Nacional Yasuní parece ser la zona con la mayor diversidad de herpetofauna en todo América del Sur, antes era Santa Cecilia en la provincia ecuatoriana de Sucumbíos, con 177 especies, lamentablemente este hábitat fue destruido por los agricultores y colonizadores a lo largo de las carreteras construidas por la compañía petrolera Texaco.

Peces.- Se estima en 382 especies de peces de agua dulce.

Insectos.- Yasuní tiene más de 100 mil especies de insectos por hectárea y 6 trillones de individuos por hectárea, la diversidad más alta descubierta hasta ahora en el mundo.

Se ha encontrado 64 especies de abejas, la asamblea más rica en número de cualquier sitio en la tierra.  Los científicos han encontrado 94 especies de hormigas que anidan en ramas caídas de árboles y la mayor riqueza de especies de hormigas soldados, de bosques tropicales húmedos.

Las culturas del Yasuní

Dentro del Yasuní encontramos una diversidad cultural extraordinaria, los Waorani (Tagaeri, Taromenane), los Kichwas y algunas comunidades Shuar.  Estos pueblos a pesar de la intromisión en su territorio, desde hace 500 años por: caucheros, colonos, petroleros, madereros, y de una absoluta indiferencia del Estado y sus gobiernos, han logrado resistir y preservar un riquísimo conocimiento.
Yasuní:
El Último Paraíso De La Tierra En Peligro


por: Fernando Villavicencio Valencia
fevillavi@yahoo.es

El canto milenario de los Waorani

Entre la música de los paujiles y el aleteo del martín pescador, se estremece la luz vegetal con la eterna alegría de los wao, seres “sin ataduras, acostumbrados a nada, totalmente desprendidos, viviendo el presente” Su fortaleza es familia de la chonta, del cedro, de la caoba, maderas por las que hoy sucumben sus cantos.  Quien ha logrado traspasar el temor y sentirse hermano-humano, se asombra de la insaciable manera de reír y gozar de esos seres.  Cada familia wao es una nación y cada individuo es soberano.  “Desde los once años un Waorani, que no ha sido colonizado, ya puede sobrevivir solo en la selva”.  Así son los habitantes del bosque, “libres de dudas, de ataduras y de caos interno.” Así eran, así van dejando de ser.

Para ellos la historia es muy larga, por eso “siempre tienen que estar cantando, para no olvidar”.  Viven la fiesta del bosque, cuando en una casa dejan de cantar, en otra comienzan.

Su territorio inicia o termina en el gran Doroboro (Río Napo) hasta el Curaray, fueron temidos y respetados, sin lugar a dudas son los mejor ambientados a la selva, su hogar la Onka es un refugio de paz y armonía en la profundidad del bosque.  Su historia es la defensa incansable de su territorio, desde su legendario guerrero Moipa que no dio tregua a la Shell, Ñigua que enfrentó a los colonos y naporunas del Coca, Kemperi, Awan, Miñihua, Ampahue, Kimontare, Taga, Dabo, Guikita, etc., fueron personajes de la historia de la selva.

La historia trágica de los Waorani, inicia en la mitad del siglo 20, con la presencia del Instituto Lingüístico de Verano (ILV), grupo religioso de Estados Unidos, que evangeliza a los pueblos indígenas para moverlos a reservas.  Hoy casi toda la gran casa wao está poblada por torres petroleras, carreteras, colonos.  El impacto cultural fue terrible.  La colonización vino paralela a la apertura de carreteras, como la vía Auca, abierta por Texaco, área de asentamiento histórico de comunidades Waorani.  Ahora en lugar de una chacra wao se levanta Dayuma, “ejemplo” de desarrollo petrolero.

El territorio waorani está completamente lotizado a favor de las petroleras, han tenido que aprender a convivir con las torres y los overoles.  El paisaje de lo que antes fue una selva impenetrable y musicalizada por el canto de las especies, sucumbe ante el sonido de las máquinas.  Dentro del Parque Yasuní hay un enjambre de petroleras: Petrobras, Petrobell, Andes Petroleum, Repsol YPF y Petroecuador -ITT.

Las comunidades waorani que se encuentran dentro del Parque son: Guiyero, Ahuemuro, Kawimeno (Garzococha), Baumeno, Peneno y Tobataro.  Comunidades dentro de la Reserva Étnica Waorani: Dicaro, Ñoneno, Armadillo, Bataboro, Caruhue, Tagaeri, Quehueire-Ono, Nenquipari, Cacataro.

Los Tagaeri y Taromenane

En 1987 la noticia que recorrió el mundo fue que monseñor Alejandro Labaca y la hermana Inés Arango, fueron lanceados por los “salvajes”, posteriormente en la década del 90, se volvió a tener algún destello real de los Tagaeri a raíz del rapto de la joven Omatuki, por parte del wao Babe.  Esa acción significó la decisión final “… de un pueblo que gritaba con su silencio de lanzas el deseo de permanecer viviendo libres en el que siempre fue su mundo: la selva.”

“Conocidos como “pata colorada”, eran los hombres de Taga, familia de los waorani, pertenecientes al gran clan del Coca.  De 1958 hasta 1977 la fama de ferocidad del grupo creció, debido a los múltiples “ataques” al naciente poblado del Coca, algunos de ellos originados en la resistencia a ser reducidos al río Tihuaeno por el ILV.  Desde 1968, Taga condujo a sus familiares al último hilo de selva que se besa con la muerte, la Zona Intangible del Yasuní.” (Tagaeri - Villavicencio y Reyes.1998).

Los Tagaeri, si aún sobreviven, no serán más que unos pocos seres que huyen por una franja de selva entre los ríos Shiripuno,  Cononaco y Tigüino, sostiene el Padre Manuel Amunarris, Capuchino de Nuevo Rocafuerte.  Para los Tagaeri, nosotros somos salvajes que no entendemos ni su idioma ni su forma de pensar, propiciamos su destrucción y la de su entorno y causamos la muerte de su líder Taga.  Ellos nunca olvidan.

Lo que queda prístino del pueblo wao, como última piel de la humanidad intocada, los tagaeri y taromenane, si algo nos están enseñando, es que saben cómo vivir y resistir, pero fundamentalmente, que no necesitan la ayuda de nadie, solo quieren su soledad, contagiada de ese concierto de especies de la selva, el último paraíso multicolor y mágico de la tierra, el Yasuní.  Quienes hunden el hacha civilizadora en la sabia de la selva, deberían, dejarlos vivir de la manera que se hicieron cultura, palabra, greda lista para el canto colectivo.

Un paisaje multicolor

El río Napo es el principal afluente del gran río de las Amazonas y la arteria principal del Parque Nacional Yasuní, es la base cultural, económica y de vida de la Amazonía ecuatoriana.  Recorre 1.800 km desde los Andes hasta el Amazonas.  Este río fecunda la madre selva, pero es también la vía de comunicaciones y comercio de las comunidades asentadas en las riberas.

La red hídrica del Yasuní la conforman un enjambre de ríos mágicos como el Tiputini, Shiripuno, Cononaco, Nushiño, Indillana, Yasuní, Tiguan, Nasiño, Curaray, Tiguino, Cuchiyacui, Tivacuno, Rumiyacu y otros brazos de agua que alimentan al Amazonas.

Algunos hilos de río corrieron su propio destino a hacerse bellísimas lagunas, llenas de misterio y riqueza.  Ahí duermen nidos de agua: Jatuncocha, Pañacocha, Añangucocha, Garzacocha, Zancudococha, Lagartococha, Yuturi, Eden, Limoncocha.  Ahí danzan para su público milenario, los últimos delfines rosados, perseguidos paiches, soberbios caimanes, mientras aplauden desde los chontaduros, los invitados trepadores.

Dayuma, el retorno a la realidad

Luego de varios días en la profundidad del bosque, salimos por el río Shiripuno hasta el mundo petrolero. El líder wao Penti se despide, su risa y alegría inagotable, nos trasmite la fortaleza de un pueblo que se resiste a dejar la selva.  Empieza el retorno por la vía Auca, nos acompaña el polvo, abandono, remedos de casas, enjambre de tubos, las cicatrices de la explotación petrolera.  En el trayecto flamea Dayuma, pueblo que lleva el nombre de la lideresa wao.

Desde hace cuatro décadas, en Dayuma se remienda otra Patria entre el límite mágico del bosque y el desarrollo del aceite milenario. Así nació un pueblo, en el mismo sitio donde cayeron y siguen cayendo los guerreros de la selva, los Waorani; en el mismo sitio donde los nuevos herederos del líquido subterráneo: un ejército de panaderos, carniceros, tenderas, vulcanizadores, mujeres solas, hijos solos, jóvenes solos, manojo de buscadores del bocado geológico, se enfrentan a la malaria de la pobreza, al paludismo de la exclusión, y ahora a las tanquetas revolucionarias.

De entre las sombras de las sombras, florece la mujer del panadero, negra como su pan Jesús que lleva en brazos. Jesús se amasó en Dayuma un 24 de diciembre del 2008, hijo del trferigo encarcelado y de Luz del Alba. Medio pueblo acompañó al alumbramiento, aunque el recién llegado no pudo sorprender al padre con su bienvenido grito, pues le cambiaron la panadería por la cárcel. En octubre del 2008, junto a 24 vecinos, el panadero fue acusado por el Gobierno de Rafael Correa, de poner parafina en vez de levadura, en un post moderno coctel terrorista que puso en riesgo la seguridad nacional.

Luz del Alba, aún recuerda como los últimos bollos de masa, quedaron abandonados sobre la mesa, cuando su marido fue arrastrado, golpeado por decenas de militares y apilado sobre los sudores de sus vecinos en el balde verde de una camioneta verde. Así, en la puerta del horno se quemó la libertad.

En las tomas de archivo de la televisión local de Orellana, en medio del gas lacrimógeno, se ve a Luz del Alba corriendo tras su compañero, sosteniendo a su Jesús que aún no ve la luz de su Luz. “Por qué se lo llevan, él solo sabe hacer pan, no ha participado en ningún paro, él es lo único que tengo, por favor, por favor no se lo lleven”, repitió y repitió tanto que nadie lo escuchó.  

La mujer del vulcanizador lloró las mismas palabras decenas de veces: “él parcha llantas, es un humilde trabajador, vivimos de eso, por favor, por favor no se lo lleven”, alcanzó a gritar, hasta que un manotazo verde lo silenció en el piso.

El carnicero, que no ha abierto ninguna herida viva, ni ha matado un pájaro, acabó sometido por 18 fusiles, 36 puños, 36 botas, y 124 adjetivos empobrecidos de ternura. Uno de sus hijos fue crucificado a puntapiés por el jefe del pelotón, quien aparece en las tomas sentenciando: bandoleros, terroristas, hijos de puta, al fin les llegó la hora.

No podemos despedirnos de Dayuma, solo nos vamos, regresamos al Coca, el cielo rojo acaricia el filo vegetal del bosque, se cierra el día en Orellana. Así termina el más hermoso y desafiante encuentro con el último paraíso en peligro, con el peligro de encontrar otro Dayuma en el corazón del Yasuní.

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